miércoles, 1 de julio de 2009

Carta del padre Sergio desde Ciudad Esperanaza


Fecha: lunes, 29 junio, 2009 6:10
Queridos amigos y amigas:
No quisiera dejar pasar más tiempo sin escribir unas líneas para todos expresándoles mi afecto y gratitud. Para hacerlo, no es necesario que ocurra algo especial; pero al cabo de un mes de mi regreso nada me parece más justo que hacerlo.

De alguna manera u otra, con algunos ya hemos tenido la posibilidad de comunicarnos y de compartir algunas noticias. Considero sin embargo, que no está de más incluirles en este correo como les incluyo en mi recuerdo y en mi oración todos los días.

Después de unas semanas tan intensas que te permiten la distancia suficiente para ver las cosas de otra perspectiva, que suponen la alegría de tantos encuentros y tantos abrazos, la certeza de ilusiones, fatigas, preocupaciones y sueños compartidos, volver a Guatemala es una experiencia muy extraña: estás deseando regresar a tus cosas y a tu gente de todos los días, pero te acompaña la inquietante certeza de que estás volviendo también a una realidad que varía muy poco, que te desafía y que te duele, que despierta tus miedos y también la certeza que para cambiarla hay que dejarse la vida junto a los otros. Es volver al dolor y al gozo de esa historia que se va escribiendo día a día; una historia que está llena de contradicciones como todas las historias de la gente, pero que también está cargada de futuro. Es volver a la “bella Guatemala” propiedad de narcos y de políticos corruptos, pero llena también de gente buena que vive haciendo una apuesta por un mundo mejor.

Volver a Guatemala es volver a Comunidad Esperanza con sus patojitos y patojitas, con sus madres luchadoras. Es volver a las mañanas en que te despiertan las voces de los niños que esperan el desayuno; es volver a ese lugar del que no sabés muy bien si te pertenece o le pertenecés, porque cuando estás ausente vivís hablando de él y cuando estás en él te subís a la colina de los sueños para intentar ver un poquito más allá, para prestarle tu mirada a los pequeños mientras ellos te prestan por un ratito su corazón para volver a ser niño y recuperar la sonrisa.

Nunca entendés qué te pasa: decís “hasta aquí llegué” y seguís, -más que caminando- peregrinando junto a otros, junto a otras, que no saben cómo decirte que te quieren porque nunca aprendieron a expresarlo y sin embargo, te lo dicen de tantas maneras… que no podés echarte para atrás; no por ahora.

Hay días en que el dolor te toca porque la muerte te hiere un poco más: perder a alguien de tu equipo y junto a su tumba, darte cuenta una vez más de lo importante que era para ti; morirte de rabia ante la impotencia de salvar una vida víctima de la desnutrición -casi bajo nuestras narices- y rabiar aún más cuando te das cuenta de lo fácil y tentador que es claudicar ante las pequeñas y grandes injusticias de las que todos somos un poco víctimas y victimarios. Hay días que son parecidos a la noche…

Y hay noches y días en los que en cambio, te pareciera estar arropado con un perraje como el de nuestras mujeres, lleno de colores y de nombres.

Cuando mentalmente repaso los rostros y los lugares de mis andanzas por España, cuando pienso en cada uno de ustedes y todo el afecto, la comprensión, la paciencia y la generosidad con que nos acogieron; cuando recuerdo que el estar de ustedes está hecho de tanto esfuerzo y tanta solidaridad para con los niños y niñas de Comunidad Esperanza, entonces entiendo lo grande y cálido que es este perraje que me arropa. Entonces doy gracias a Dios una vez más por la existencia de cada uno de ustedes, de cada uno de nosotros.

Como siempre, un fuerte abrazo.

Sergio.

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